
Cito y comento algunas partes de un capítulo sobre “Los castigos”, está muy bien pensado el tema y plantea varias puntas para reflexionar acerca de cómo nos manejamos con nuestros hijos ante sus faltas o acciones que queremos que corrijan.
Lo primero que dice y me parece genial es:
“Los castigos: este término se debe eliminar del lenguaje de la educación, se debe sustituir por el de reparación o anulación de la falta y correción del comportamiento”
Aclara que de todas maneras continuará usando la palabra castigo para entrar en el marco de la educación conocido.
“Un castigo nunca debe ser una vejación. Nunca debe humillar al niño. Nunca debe ser una venganza, una represalia.
El castigo debe ser una ayuda que el niño entienda como tal. El instinto del niño no se equivoca. De esto podemos estar seguros. Reconoce la intención de ayudarle en el sufrimiento infligido, incluso duro, por alguien a quien estima y por el que se siente estimado.”
Me parece importantísimo el valor que le da a la intuición de los chicos. Un niño que es visto por los adultos que lo crían con esa perspectiva desde el inicio, está colocado en un lugar de amor y consideración fundamentales para consituirse como persona responsable, individual y autónoma.
“El castigo ha de llevar consigo el completo apaciguamiento del sentimiento de culpabilidad del niño. Una vez cumplido el castigo, el niño debe sentirse aliviado, mostrarse más contento, más abierto y confiado hacia el adulto que antes de cometer la falta.”
Explica la resignificación del término que propone: ante una falta del niño, de lo que se trata es de brindarle la posibilidad de reparar, lo cual le va a sacar de encima la culpa y lo va a ayudar a corregir su acción, sin necesidad de hacerlo sentir mal.
“No se debe castigar a menudo, sino únicamente por faltas graves. Y sobre todo se debe ser justo. A esta justicia es a lo que el niño es sensible, esto significa también que el niño debía ser advertido del castigo que le tocaba.”
“¿Cómo mantener el punto medio? Acordándose de esto: el niño debe encontrarse aliviado después de su falta, debe haber entendido, con o sin castigo. Si la misericordia llega en el momento correcto, el niño estará tan agradecido y aliviado como si no hubiera merecido el castigo. Pero si lo nota inquieto, agresivo, buscando claramente el castigo, significa que alguna cosa en su interior la necesita para sentirse mejor.”
Me parece buena la idea de poner atención en la necesidad de recibir misericordia que tienen los chicos. Si pensamos que están aprendiendo y que no caen en errores o conductas incorrectas por maldad, sino porque están en plena construcción de normas, es fundamental ser misericordiosos con ellos para ayudarlos a corregir, a reparar. Esta es la idea clave para mi gusto: donde se piensa o se siente necesidad de castigo poder cambiarlo por pensar/sentir necesidad de reparación.
Además algo muy piola y que Dolto lo dice, es saber que sí hay que poder “castigar” o restringir, limitar a los niños cuando lo requieren, ya que es necesario para su salud mentarl hacerlo. Ella dice asi:
“Este niño necesita que se enfade y lo castigue. Necesita un enemigo y si usted no lo socorre convirtiéndose aparentemente en su enemigo, o sea oponiéndose a él, se tomará a él mismo como su enemigo, sin que usted lo sepa, en ese malestar interior que lo divide y lo vuelve “estéril”, inútil o incluso nocivo.”
Está diciendo que nunca hay que perder de vista la realidad, los límites que nos enmarcan dentro de un contexto acordado y compartido.
“En el caso de niños pequeños, prohibir pocas cosas, poner pocas reglas pero estrictas…
A partir de los dos años cuando el niño se nombra a si mismo hablando en tercera persona, empieza a desarrollarse en él el sentido de responsabilidad. Ayúdelo a asumirla sin que esta responsabilidad represente siempre para él una “culpabilidad”.
De los cuatro a los seis años, edad en la que empiezan la reflexión y la premeditación, si comete un acto que sabía prohibido, enfádese, aplique la sanción con firmeza según sus mutuas convenciones si es que las tienen, no castigue sin que exista un precedente con advertencia.
Piense siempre que el niño debe disponer de su libertad. Si ha decidido con conocimiento de causa que el placer compensaba el riesgo, es su derecho. No intente “anular” al niño por cosas inútiles. Si lo que hace le sale bien, no es perjudicial para los demás y no va en contra de sus prohibiciones, es él quien tiene la razón. Se encuentra en una edad de superar los riesgos que usted teme por él.
Cuanto mayor es el niño, más tiene que desaparecer el castigo y dejar lugar exclusivamente a la noción de reparación hacia el tercero perjudicado, intentando además minimizar en lo posible la humillación que pudiera contener esa reparación.
Finalmente, disminuirá la frecuencia de los actos prohibidos, permitiendo así una mayor actividad creativa del niño. Es por esta razón que no se debe confiscar un juguete o suprimir una salida que serán un ejercicio favorable y una actividad agradable.”